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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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28-02-2013

 

 

 




JUAN ALMIRATI, INGENIERO DE LA LIBERTAD

SURda

 

 


Gabriel -Saracho- Carbajales


A Juancito no le hubiera gustado nada algo así como una apología póstuma sobre sí mismo, y mucho menos un responso majadero, o un inútil minuto de silencio, o, qué se yo, algo que se parezca a esa verborragia funebrera que nos habla de un muerto fuera de serie, paradigma de la perfección y las buenas costumbres, amado por todo el mundo, súper afable, re piola en todas las circunstancias de la vida y de la muerte...

Nada que ver.

Juancito fue –seguirá siendo- un tipo sencillo, un tipo común y corriente, poco amigo de la grandilocuencia, nada amigo de las lisonjas y las palmaditas en el hombro, buen compinche, leal, franco, sin pelos en la lengua, sin esos dobleces que algunos especímenes de derecha, de centro y de izquierda, consideran “propios de la política” en estos tiempos de esmerado profesionalismo “militante”.

Juancito era nada más y nada menos que eso, y, además, un revolucionario de la punta del dedo gordo del pié hasta la punta del mate, incapaz de presentir siquiera cuánto influenciaron sus hechos en las conciencias de los más jóvenes que en la segunda mitad de los surrealistas ´60, íbamos arrimando al fogón esperanzador de la confrontación directa con una burguesía a la que él solía llamarle ya a comienzos de los ´70 “pequebú”, anticipándose a la percepción muy clara hoy de los despojos decadentes y semilumpenizados de una clase dominante que por vía del parasitismo crónico y la sujeción total a los dictados del Tío Sam, se iba convirtiendo en caricatura ridícula de sí misma y en taimada cofradía de mafiosos de poca monta siempre listos para obedecer a los que cortan grosso el bacalao y para sicariar a los que se rebelan.

En aquella bisagra turbulenta de las dos décadas de rebelión popular y de fascismo dependiente con viento maula en la camiseta, Juancito sería el primero en mostrarnos fácticamente que la “justicia” y las “fuerzas del orden” de la vacunocracia bancarizada, no sólo eran una fantasmada fabricada para amedrentar y anular a “la gilada” –como él mismo diría-, sino también una monumental fábula de inexpugnabilidad absoluta a prueba de todo intento plebeyo de alcanzar la libertad.

Juancito (el Ingeniero Juan Almirati Nieto), detenido unos días antes y con chance de quedarla hasta las pelotas a manos de un fallo judicial muy severo, burló en 1971 a pura corazonada la guardia policial que lo había conducido amarrocado al juzgado, ganó la puerta de la sede penal, miró para un costado y para el otro, y, sencillamente, se tomó las de Villadiego en un santiamén, mezclándose entre los peatones y los autos del Centro de una ciudad que apenas unos minutos después estaría unánimemente comentando la fuga del Inge y tejiendo casi que una justificada leyenda sobre uno de los personajes de nuestra historia contemporánea sobre el que no se ha escrito nada, casi, y que muy bien podría haberse otra que acomodado al frente de algún buen ministerio o algún ente estatal del “proceso progresista” (pero no, prefirió seguir siendo el tipo común y corriente sin pelos en la lengua, libre, revolucionario, imposible ya de ser atrapado por los largos brazos del tecno-burocratismo parado en los pedales del gran salvataje de lo que Juancito juró hacer pomada, de por vida)…

La fuga del penal de Punta Carretas de fines del ´71, conocida como “El Abuso”, fue naturalmente una obra maestra colectiva emprendida por un centenar de revolucionarios resueltos a salir para seguir la pelea.

Ella tuvo en la performance de Juancito, sin embargo, ese aporte individual especial que parecen reclamar siempre los grandes momentos de la historia; su planificación milimétrica, a veces muy intuitiva, por momentos con obstáculos más bien deprimentes, tuvo en Juancito un Compañero que prácticamente no dormía obsesionado con el asunto, haciendo cálculos permanentemente, trazando posibles itinerarios subterráneos sin parar, elaborando ese momento sublime y grandioso que representa para cualquiera en prisión, la fuga, la LIBERTAD QUE NO SE PIDE NI SE DA…

Juancito murió esta tarde, y ahora no, ahora me voy a donde hubiera querido ir él (a la acampada de los cañeros), pero es casi seguro que esta noche, cuando los sentidos parecen prepararnos para nuestra propia muerte y los sentimientos libres preceden al sueño, es casi seguro que la sonrisa inolvidable y la entrañable forma de ser de Juancito, me arrancarán dos o tres lagrimones y me levantaré a fumarme un 51 y a ver qué pasa con la cachorra de mi perra Canela, recién nacida, y a mirar para arriba, tratando de reubicar esa imponente estrella de cinco puntas que el Inge tuvo metida en las sienes hasta su último suspiro, lo sabemos bien.

(Sé que es muy larga, pero vale la pena detenerse unos minutos para leer la entrevista que transcribo, hecha a Juancito hace unos siete años, y que recién hoy descubro en la internet)

www.cronicas.com.uy/HNoticia_11426.html

Cháu, Juan. ¡Venceremos, perdé cuidado!!!

Gabriel –Saracho- Carbajales

27 de febrero de 2013


 
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